La parábola de los ciegos

Un barco nos parece el objeto cuyo fin es navegar, pero su fin no es navegar: es llegar a un puerto.

Fernando Pessoa

(Libro del desasosiego)

No se podía aguantar. Es así, lo sabíamos de antes. El doctor García Marín se ha despachado con esta falaz caricatura: Chamosa es el «candidato perdedor». Así me califica en su tweet del pasado 23 de marzo. Añadiendo, a reglón seguido, que «el proceso electoral ha sido torpedeado por un candidato que no ha aceptado el resultado». ¡Pamplinas! Aviados estamos si ese es el camino a seguir.

Desconozco cuándo ni cómo ni por qué. En qué momento me transformé (en su mente) en una caricatura, una hipersimplificación de trazo grueso, una exageración descarnada eximida de algún detalle sutil. Nada, tan sólo una burda simplicidad unidimensional. Sin historia ni procesos, como si estuviese congelado en el tiempo de mi peor momento. Pareciera que fuera, con burda simpleza, el mal.

Sin embargo, la realidad es bien distinta. Como cualquier persona, permítanme, me considero más complejo que la mejor de mis caricaturas. Como humano, contradictorio y lleno de matices. Es así. No estoy aquí de nuevas, mi hoja de vida, académica y personal, lo avalan. Y, aunque no exento de defectos, hay quien sí percibe en mí algunas virtudes, con principios y valores muy arraigados, compartidos con personas de talento e inteligencia a las que admiro y a las que estoy agradecido por iluminar mi camino. Eso sí, lo reconozco, quizás sin el embelesamiento del que parece disponer, o así se jacta, el otro candidato electoral.

Pero, la cuestión por la que estamos aquí concernidos no radica en «otear el ombligo» de los líderes de las candidaturas. No, aquí y ahora, estamos convocados ante la posibilidad de tomar buenas o malas decisiones sobre el gobierno de nuestra alma mater, lo cual no es cosa baladí, de verdad.

Dado el alto nivel de autonomía de las universidades, las elecciones son momentos cruciales en la vida democrática de estas instituciones. Marcan un antes y un después. La enjundia y responsabilidad del encargo o contrato social que tal elección conlleva es la causa de que el propio proceso electoral presente tanto detalle garantista. Y es así que haya sido calificado como «robusto» por el presidente de la junta electoral. Robustez como sinónimo de la envergadura y magnitud de la tarea a desarrollar, pues como cualquier campaña electoral, como en la que estamos inmersos, tiene un gran parecido a un castillo de naipes de complejos equilibrios en el que siempre resulta complicado alinear sensibilidades, visiones e intereses.

Tampoco extrañará entonces que, en nuestra candidatura, alejados de toda improvisación, al fijar un lema sintetizador del multidimensional y complejo acervo de nuestra alta institución, venerada por los leoneses, nuestra visión se enfocase en las personas. Sí, para nosotros la universidad es el verdadero motor de una sociedad basada en el conocimiento y en el talento. De hecho, la ULE tiene un impacto multiplicador muy significativo, siendo una pieza central de la estructura productiva de la región leonesa. Por eso, lo que realmente nos importa son todos los profesores, todos los administrativos, bibliotecarios, servicios de conserjería, mantenimiento y limpieza y, fuera de toda duda, la razón prístina de todos nuestros desvelos, la mejor apuesta por el futuro de nuestra tierra: todos los estudiantes. Son sus problemas lo que tenemos que resolver, el impulso que nos motiva y nos compromete. Sí, «la ULE importa». Como muestra un botón: en nuestro sitio web (chamosa.elchefdelaweb.com) se puede acceder a toda la información y documentación que avalan nuestros compromisos.

Somos pacíficos y somos prudentes. Pero también somos defensores de algo que parece haber caído en estado de orfandad. Y, porque «la ULE importa», ante la constatación de la descalificación personal por escrito como herramienta de trabajo electoral denunciada en el inicio, quizás pudiera tener algún interés para la comunidad universitaria dar a conocer cómo, en mi caso, se produjo el cuestionamiento de quién debería llevar a buen puerto el barco universitario: el cargo, pero también la carga. Una realidad compleja y llena de aristas y un sector social pujante y diverso, con tanto talento como inquietud.

En los últimos años, era de común conocimiento que las ínfulas de poder del Dr. García Marín le llevarían, sí o sí, a reincidir en presentar su candidatura. Como miembro de la Junta de Gobierno, he podido comprobar el desatino y confusión, erre que erre, año tras año, del que hacía gala, esforzándose, día sí y otro también, en parecer ser el «jefe de la oposición». Algo paradójico, dada su ausencia de predicamento, pues, en todos esos años de pertenencia al Consejo de Gobierno, ninguna de sus escasísimas propuestas superó ni el veinte por ciento del quórum de la misma. Solo hay que revisar las actas de las sesiones, que son públicas y están a disposición de toda la comunidad universitaria. Con todo este bagaje, aun así, sabíamos que sería un actor principal en las Elecciones a rector.

Sin embargo, en mi caso particular, no son pocos los que pueden atestiguar cómo la decisión de comandar una candidatura, lejos de ser premeditada en soledad, fructificó como poso de opinión de muy variados amigos y colegas. Pero, a fuer de ser sincero, por encima de los halagos (nunca merecidos), en aquellos momentos de azogue, sin que a priori pudiera vislumbrar las fuertes conexiones posteriores, uno de los acercamientos a tal predisposición se benefició, sin duda, de las aportaciones del pintor flamenco Pieter Brueghel, «el Viejo» (Breda 1525-Bruselas 1569), cuyas obras cuentan grandes historias, representando la vida cotidiana con descarnado realismo, abundancia de detalles y un gran talento visual.

Les cuento: uno de los cuadros que más impactaron en mi formación adolescente fue su «La parábola de los ciegos» (1568). De esta manera, desde esa experiencia de juventud, casi fortuitamente, se propició mi determinación para aceptar el trascendente envite de mis amigos y colegas de la Universidad de León. En el óleo se ilustra una conocida cita bíblica, de Mateo 15,14: «Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo» (en la versión Reina-Valera). El cuadro muestra a seis ciegos que en fila se siguen unos a otros. El lazarillo que les precede, paradójicamente también ciego, ha caído a un río. El siguiente ciego se tambalea arrastrado por el primero. El tercero, asido al segundo, sigue a los anteriores. Los que van detrás no saben todavía lo que está pasando, pero se adivina que también acabarán cayéndose.

En una composición en diagonal que conduce fatídicamente a la caída al hondo fluvial, los escorzos de los ciegos desplomándose son un extraordinario estudio de composición y movimiento, cuya expresión va desde la confianza, la desorientación, el terror, la resignación y la aceptación. Pieter Brueghel, «el Viejo», retrata a estos ciegos como trasnochados sociales desbocados por su ignorancia, en una clara crítica, en aquel momento, de la vanguardia burguesa de las ciudades al mundo rural que representaba la encarnación de los peores valores feudales, como la falta de luces o de visión y la hegemonía de la superstición e ignorancia. Vean a ese ciego que ‘nos mira’ en el preciso instante de ser el siguiente en caer al hoyo. ¿Todavía está a tiempo de darse cuenta de la tragedia? ¿Estamos, tú, nosotros, a tiempo?

El autor solo escribe la mitad. De la otra mitad se ocupa el lector.

Joseph Conrad